El viaje

Es una noche fría como para tomar café sola. Nuestras puertas no viven muy lejos así que son sólo unos pasos más y llego. Desde la esquina te veo buscándome y sonrío al ver cómo tus manos se acarician la una a la otra mientras las calentás con tu aliento.

Ya estabas esperándome. Me invitás a subir y una vez sentada en el sillón cambiás el reggae por música clásica. No es que sea fanática de ese estilo como para que lo pongas por mí, pero sabés que es lo único que no me distrae y, ahora sí, los dos con lapicera en mano, nos ponemos a leer cada uno su libro.

***

Mi cuello se relaja, mi cabeza cae y ese latigazo vertebral logra abrir mis ojos de golpe. Veo tu boca dejar escapar una pequeña carcajada. Dejando esos lentes tuyos tan al estilo Woody Allen sobre la mesa, interrumpís tu lectura por prepararme un poco más de café, pero ya ni eso me despierta y buscás otra manera de poder compartir un rato más.

***

Miro como te reís de mí, y haces que me ría yo también, y reímos juntos, y ya no sé ni por qué. El disco de Bob Marley volvió a sonar, apoyo mi cabeza en tu hombro y nos relajamos mientras dejamos a Redemption Song ubicarnos en un clima distinto, en un lugar diferente.
Siento las pulsaciones en las yemas de mis dedos. Me asombra cómo golpean los latidos contra mi pecho y me muevo junto con las sacudidas de ese incesante palpitar. Escucho los aplausos, un nuevo tema empieza. Mis manos calientes tiemblan. No querés romper el momento de comodidad en el sillón, pero con un movimiento delicado, corrés mi cuello de tu hombro y apagás el agua que sin querer hirvió. Veo cómo bailás mientras volvés de la cocina, y, observando tu remera que te sigue el ritmo, me acurruco frente a la estufa que tan amablemente prendiste para mí.
Me hablás pero no te escucho. –Qué linda noche- pienso. La lluvia golpea tu ventanal y, sintiéndome cálida en tu departamento, no me quiero ir. Enciendo una débil mecha que invita a mis dedos a unirse alrededor del fósforo, como formando refugio, mientras el papel arde bajo la humilde llama. Contengo la bocanada, inclino la cabeza hacia arriba y, con la mirada divertida y voz entrecortada, –es la última-, te repito mientras te veo reír a través de la humareda.

Por: Magdalena Vitale Morillo

4 comentarios en “El viaje

  1. La bocanada de humo se diluye en el aire como el tiempo mismo, que al rato se transforma en recuerdo – o en la nada, como la vida. ¡Que disfrutes
    este bello momento!

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